Y los tapan con cuentos

Jonathan Wolstenholme

Una obra sin título.

Joseph Villafane

“Que los gritos de angustia del hombre lo tapan con cuentos…,

Que el llanto del hombre lo taponan con cuentos…” –León Felipe

Nuestra vida es un cuento; vivimos en un mundo de mentiras. Un mundo de esperanza falsa, un mundo de robo, reinado por sinvergüenzas. Sin embargo, hasta los buenos mienten por el mal menor. Los cuentos son una fuente de vida y felicidad para los humanos, por esto es que existe una guerra eterna entre la felicidad, y el gozo de la verdad cruel.

El mundo, ahora con acceso a cualquier rincón del mundo conocido, niega la verdad. Hoy día ni hay palabra suficiente sobre la crisis in Siria, el genocidio de los cristianos en el oriente próximo; sobre la historia dolorosa y sangrienta que proviene de la tradición occidental. En Alemania por ejemplo no han empezado a hablar sobre la segunda guerra mundial y el horror que ocurrió hasta el principio del siglo XXI. De la misma forma, los libros de historia norteamericanos tienen una tendencia a omitir el mal que hizo Cristóbal Colon, o la matanza de los indígenas hasta la época de la guerra civil. Tenemos un conocimiento falso de la historia y lo ocurrente.

Al ser diagnosticado con cáncer lo primero que oyó mi tío fue “todo estará bien. Te vas a mejorar.” Al fin, sí se mejoró, pero si no fueran por los cuentos de la familia – quienes sonríen frente a él, y lloraban rogándole a Dios en secreto – puede ser que nunca hubiera sobrevivido su propio dolor, mas este poder de “tapar los llantos” se usa por el mal también. Se oye en la política con las prometas de hacerlo todo pero sin los recursos. Por ejemplo, en Corea del norte los dictadores han clamado por años que el hecho de que los E.E.U.U. no los han quitado del poder, es por la superioridad de tenerlos como reinadores, y de la raza Coreana.

Los cuentos se han envuelto en nuestras formas de vivir. No pasa un minuto en las noticias en que no se dé mención a la epidemia de ébola, y no hay ninguna persona sana quien no le sienta algún miedo al virus, o alguna compasión hacia los pacientes de ébola en países empobrecidos. La verdad es que el virus es virtualmente incapaz de sobrevivir en un país como los Estados Unidos fuera de los empleados de la industria de la medicina. Sin embargo, la mayoría de la población nunca hará nada, ni por protegerse, ni ayudar de alguna forma a los sufridos del virus, basta con decir “hay que pena,” y darse la ilusión de emoción. Lo mismo aconteció en 1996 con el Genocidio de Ruanda. Millones de ciudadanos ruandeses, tanto Tutsi, como Hutu (las dos etnicidades más grandes del país) murieron y los canales noticieros explosionaron con información y la cantidad de tiempo dedicado hacia un país africano pequeño. ONU, los países europeos y los E.E.U.U. parecían intentos en ayudar y parar la matanza, no obstante, todos se quedaron callados con brazos cruzados, con el cuento de impracticabilidad y que el conflicto se resolvería solo.

La cita al principio da a pensar, que quizás la historia no es necesariamente escrita por los vencedores, sino los que tienen suficiente imaginación para crear un cuento complaciente a los vencedores.